sábado, 11 de diciembre de 2010

La silla


Hoy hemos hecho una actividad que consistía en escribir en 15 minutos una historia, un poema, una canción…hacer un dibujo o lo que quisiéramos. La base de partida era una silla. Ha sido sorprendente el resultado. ¡Las historias que hemos escrito eran tan distintas pero a la vez tan parecidas! Cada una con sus personajes, sus escenarios, su principio, su fin pero... todas con la silla. A continuación voy a escribir mi historia sin cambiar nada del original aunque la tentación es fuerte. Sería estupendo que todos incluyéramos nuestro relato para tener una colección de sillas.



La luz empezaba a entrar en la sala. El día estaba despertándose después de una noche sorprendentemente tranquila. Se empezaba a oír el ruido de las enfermeras preparando las bandejas de las medicinas. La silla de la sala de espera se preparaba para acoger a sus siguientes compañeros. El primero no tardó en llegar. Por su forma de sentarse, la silla sabía que sería una visita corta. Era un cuerpo pesado, inquieto. Demasiado inquieto para esas horas de la mañana. Sonó un teléfono. El cuerpo se paró y empezó a hablar. La silla no entendía qué estaba diciendo, los nervios cortaban las palabras. El tono era irregular. Parecía preocupado. O no. Parecía expectante. El cuerpo hablaba pero no se movía. La silla sentía más curiosidad que nunca. Siempre sabía si se trataba de un nacimiento, una operación o incluso un trasplante. Cada cuerpo mandaba señales inequívocas. Esta vez era diferente. La silla se concentró e intentó escuchar con tanta intensidad que crujió de tal forma que el cuerpo se asustó. Miró a la silla con recelo y siguió su conversación. La silla oía suspiros. Sentía el aliento y las pulsaciones. Pero no podía traducir los mensajes. ¿Quién estaba encima? No entendía nada. Era la primera vez que le pasaba algo así. ¡Había conocido a tanta gente y ahora tenía un cuerpo desconocido encima! La silla hizo un último esfuerzo y apretó sus interiores con el fin de aumentar la concentración. Estaba a punto de ver a su cuerpo. Sentía que iba a poder conocerlo por fin. Iba a saber quién estaba encima…cuando sus cuatro patas se desplomaron tan abruptamente que el cuerpo cayó como una marioneta a la que le habían cortado las cuerdas.

4 comentarios:

  1. Una silla de un bar cualquiera , de un barrio cualquiera, de una ciudad cualquiera. Sentada en ella se encuentra una joven desconsolada mientras su pareja, un joven, le recrimina y culpa a voces no sabe de qué, de una excusa cualquiera para terminar la relación juvenil.
    A los pocos minutos se sienta sobre la misma silla un mendigo; cansado de llevarse todo el día de pie pidiendo limosna en la puerta de una iglesia. El camarero le echa a voces con la excusa de que el bar no es la parada del autobús.
    Al rato se sienta un pobre ludópata que ha perdido todo el dinero en la máquina recreativa del local. Con los bolsillos vacíos, su conciencia le chilla hasta que su mirada se abduce en el fondo del café.
    Cuando todavía está caliente su asiento, hunde sus posaderas un parado que siente el pecho encogido mientras escucha las voces que mete la presentadora del telediario, que se escucha a media voz en el fondo del local.
    En unos instantes se sienta sobre ella una pitonisa, arruinada, porque con tanto paro, ha aumentado la competencia de videntes, y lo poco que gana no le da casi que para el café. En ese instante; la telépata siente una vibración, una llamada del más allá. Cuando la distingue nota cómo le riñen las almas errantes de unos esqueletos enterrados de la guerra bajo el bar.
    Al final del día se sienta sobre ella el camarero intentando cuadrar la caja y se grita a sí mismo porque no le salen las cuentas.
    Cuando el local se cierra; nuestra pobre silla siente cómo le duelen las tuercas y se le aflojan. Sus maderas se endurecen y astillan. El respaldo se hincha con la humedad. No puede más... tiene estrés

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  2. ¿A dónde te fuiste? ¿Qué fue de tu madera? ¿Quién te ocupa ahora? ¿Tal vez te rompieron en mil pedazos? ¿Alimentaste la hoguera del ladrón que te robó?
    Antes de que yo naciera ya ocupabas un hueco en casa. Para mí tenías tanta vida.
    Fuiste el juguete que arrastrábamos por el patio. Era la colina donde habitaban aquellos indios que, de cuando en cuando, bajaban a asaltar el rancho. Al final siempre aparecía la caballería desde el "fort apache"; no sé porqué siempre ganaban aquellos soldaditos vestidos de azul. Había tanta magia que parecía real.
    Fuiste también mi mesa de estudio. Allí hacía mis deberes; la verdad que con poco entusiasmo.
    Fuiste mi mesita de noche cuando la gripe me obligaba a quedarme en la cama. Aquella escuálida cama que se abría y cerraba cada día. Aquella cama era mi refugio inexpugnable.
    Un día las paredes de casa se agrietaron. Tuvimos que salir deprisa y corriendo. La casa se quedó sola. Mi silla quedó dentro; los indios y los soldados también.
    Alguien entró en aquella casa ruinosa; desvalijaron toda la casa, y con ella mi silla... con mi silla, mis recuerdos.
    Ya no hay casa. Sólo un espacio vacío. No sé porqué, después de tantos años, aún recuerdo cada rincón de mi vieja casa. Queda viva en mi corazón.
    Mi barrio, mi casa, mi silla... ella es mi "rosebud".

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  3. Nunca se sentó pero estoy seguro de que quiso hacerlo muchas veces; y nunca me lo dijo, no nos lo dijo a ninguno, a pesar de los días transcurridos, de los momentos compartidos, de la complicidad sobreentendida. Pero miraba esa silla con tal intensidad que todos, sin hablar, parecíamos gritarle que lo hiciera, que se acercara, que la ocupara, que la hiciera suya para siempre. Todos sabíamos que, de haberlo hecho, nuestra historia podría haber sido otra, tal vez peor, quizás mejor pero, en cualquier caso, totalmente distinta. Una tarde de septiembre, cuando ya el frío empezaba a obligarnos a cubrirnos las rodillas y el sol nos mostraba la voluntad de reducir nuestras horas de juego, el más pequeño se le acercó poco a poco y le susurró, tan despacito y tan intenso que todos pidimos oírle: "¿por qué no te sientas?" Y él, que hasta ese día había reprimido sus ganas, su ilusión y su miedo, le contestó, mientras una lágrima descendía por su mejilla, "porque ya se sentaron una vez en ella y los fusilaron a todos".

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  4. "Tengo cuatro patas pero no puedo andar ni correr,
    tengo mil formas y tamaños y a veces puedo crecer"

    Síííííí!!! SOY UNA SILLA!

    Bueno... sí, eso... una simple silla.
    Quietecita, estática diría yo. Esperando que alguien venga a posarse y descanse sobre mí... O se ponga a trabajar vertiginosamente, o me acerque a la Madre Mesa de comedor y empiece a disfrutar de una rica comida. Mmmmmmmm me encantan las comidas familiares y de amigos, sobre todo.

    Hace muchos años que estoy aquí en esta casa, viendo pasar la vida al lado de mis hermanas, las sillas de salón. Pero antes, mucho tiempo atrás, tuve otra vida... je, je, Qué bien me lo pasé! Y qué tiempos!
    Cuando salí del taller de carpintería (por cierto, no me quiero ni acordar de cuando me clavaban las puntillas uy! qué dolor!)me llevaron envuelta en unos plásticos con pompitas (que no dejaban de explotar y que me hacían muchas cosquillas) a un lugar oscuuuro y tenebrooooooso... Me dio mucho miedo quedarnme aquella noche allí, pero al día siguiente vino un montón de gente con escobas, cubos, fregonas y trapos y por la tarde me quitaron los plásticos y me llevaron junto a una bonita barra de madera y cristal. Colgaron un cartel que ponía algo así como INAUGURACIÓN A LAS 22:00 H. COKTAILS GRATIS. No tenía ni idea de donde estaba ni de qué era un coktail, pero cuando dieron las 10, empezó a entrar gente y... chicos, la primera persona que se sentó encima de mí se pidió varias de esas bebidas de colores.
    Esa noche fueron pasando por mi asiento de piel uno, otro, ahora un abrigo, ahora un bolso, otro hombre... Qué emocionante! Cuánta gente! Y qué música! Y qué focos!
    Pero lo mejor, lo que más recuerdo de aquel lugar fueron las historias que se contaban un rato antes del amanecer, justo antes de que el camarero bajara la persiana de seguridad para cerrar. Cuánta risa y cuánto llanto pasaron por mí en aquellos años! Mi asiento tiene ya arrugas en la piel, cada una hecha por cada persona que se sentó en mí y dejó un trocito de su vida en la mía.
    Ay, me gustaría volver a verlos...
    ¿Qué será de ellos?

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