



Tuvimos que esperar fuera de la sala un rato antes de poder entrar, lo cual nos dio oportunidad a los compañeros que fuimos de la clase de teatro a conocernos un poco mejor.
Antes de pasar a la sala vacía, que más tarde se convertiría en un espacio musical mágico, alumnos y profesores compartimos durante un rato el frío de la calle en una noche lluviosa. Mientras, la sala estaba esperando impacientemente que la pisáramos, que viniera más gente, que calentáramos sus paredes, que el aire se enturbiara con el humo de los cigarros, que se caldeara con el calor de los cuerpos. Por fin entramos.
Estaban Jorge y Maite lo cual me hizo mucha ilusión. Los profesores admirando a su estudiante, sintiéndose orgullosos de él.
Cuando las cabezas de la gente se confundían en un mar que se empezaba a agitar de impaciencia salió Alberto. Era mi primera vez. La primera vez que veía a Alberto en concierto, la primera vez que escuchaba sus canciones, que lo veía actuar y transformarse como una fiera. El espectáculo empezó bien, con buen tono. Se fue rompiendo el hielo y Alberto empezó a sacar su mundo, su vida en forma de música. En clase hemos tratado el tema de que arte = vida. En el caso de Alberto no hay duda de que su vida = arte, su vida = música. Me encantó ver cómo fue capaz de retratar el mundo en sus canciones, cómo fue capaz de caricaturizar personajes cotidianos y darles vida, cómo puso a algunos poderosos políticos y hombres armados en su sito, en la miseria, cómo cambió el mundo. Alberto habló de la vida misma, de los asuntos más cotidianos y mundanos con un desparpajo, una naturalidad que era imposible no verlo, no sentirlo, no sentirte señalado. Cantó sobre muchos temas pero sobre todo tuvieron presencia las personas y sus vidas cotidianas aunque no se olvidó de la i griega, por ejemplo, a la que defendió de los ataques de los académicos, de los supuestamente sabios. La canción de la primavera me pareció como un sueño, un sueño caliente a las puertas del invierno. Anoche llegó la primavera a la Sala Sonora en contra de la voluntad del calendario. Hubo otros momentos estelares como cuando el Capitán Cobarde tuvo la valentía de hacer uso de un instrumento musical casi en desuso, en peligro de extinción: la armónica. Sobrero, armónica y guitarra no pueden sino traernos a la mente a otro monstruo, a Bob Dylan. Hubo un mimetismo que nos hizo trasladarnos a otro tiempo, otro lugar, otro escenario, otra generación… para terminar volviendo a Albertucho.
El público fue espejo fiel del escenario. La gente seguía con entusiasmo las canciones, los movimientos, los gestos, los guiños, la complicidad. Mucha complicidad.
La corbata ya no tenía presencia alguna, se había quedado relegada a un segundo plano, se había vuelto invisible.
La voz se iba sincerando, fluían las palabras, los comentarios, las críticas, los sarcasmos pero seguía siendo esa voz ronca, un poco rota y muy profunda. Esa voz que se fue convirtiendo en una voz más irreverente, más honesta, más directa. La culminación de la noche llegó cuando la pasión de Albertucho se convirtió en una fuerza irresistible que le llevó a entregar su propio cuerpo, una entrega verdadera.
La rendición del Capitán Cobarde a su público. Su cobardía no le impidió saltar al vacío, un salto con red. La mejor red que cualquier artista pude tener, la red formada por los brazos hambrientos e insaciables de sus admiradores. Fue el momento en el que nuestro Alberto se convirtió en el dios de la Sala Sonora de Sevilla.
Página de Albertucho: http://www.albertucho.com/noticias/
Vídeo La Primavera:
http://www.youtube.com/watch?v=dApV14taGLc&feature=player_embedded